Mi laboratorio doméstico: de la Raspberry Pi a un Intel NUC
Todo lo que hacemos hoy en día parece depender, en mayor o menor medida, de los servicios en la nube. Basta con que Amazon Web Services o Azure tengan una caída para que miles de personas no puedan trabajar, conectarse o acceder a sus datos. Y aunque esa dependencia es casi inevitable, con el tiempo he descubierto que muchas de las cosas que damos por sentado en la nube pueden ejecutarse perfectamente en casa, con un poco de curiosidad y algo de conocimiento técnico.
Gran parte de mi vida laboral ha estado ligada a la administración de servidores —he trabajado como sysadmin implementando servicios confiables y resilientes en datacenters—, pero siempre tuve la inquietud de replicar esa experiencia a menor escala, para mis proyectos personales. Así comenzó mi camino hacia lo que hoy es mi laboratorio doméstico o homelab, un espacio que se ha convertido en parte esencial de mi vida y en una fuente constante de aprendizaje.
Los primeros experimentos
Mis primeros laboratorios nacieron con lo que tenía a mano: viejos PCs fuera de uso. Eran máquinas ruidosas, que consumían bastante energía y generaban calor, pero me permitieron experimentar con diferentes configuraciones y servicios. En algún momento incluso logré conseguir algunos servidores usados para seguir haciendo pruebas.
Todo cambió cuando apareció la Raspberry Pi. Aquella pequeña placa me pareció una de las mejores ideas para entornos de prueba o pequeños servicios productivos. Con muy poco consumo y tamaño reducido, era perfecta para montar una página web estática, un servidor de archivos o un pequeño repositorio personal. Reemplazó con creces a los viejos equipos, redujo mi factura eléctrica y eliminó el ruido de fondo que acompañaba mis experimentos.
Con el tiempo, las conexiones de internet en casa mejoraron notablemente y se volvió mucho más sencillo adquirir una dirección IP fija. Esto abrió la puerta a algo que años atrás habría parecido impensable: exponer servicios personales directamente desde casa, de forma segura y estable.
El salto a un Intel NUC
Sin embargo, a medida que fui experimentando con herramientas como Docker y servicios más complejos, la Raspberry Pi comenzó a quedarse corta. La necesidad de más potencia de cómputo y almacenamiento me llevó a buscar una alternativa más robusta sin perder eficiencia ni silencio. Ahí apareció el Intel NUC.
El Intel NUC11TNHv5 es un pequeño gigante. Su formato ultracompacto lo hace casi invisible, pero en su interior esconde la potencia de un ordenador de escritorio. Actualmente, mi equipo cuenta con 30 GB de memoria RAM, un disco NVMe de 1 TB para el sistema operativo y las aplicaciones principales, y un SSD de 2,5" y 2 TB donde almaceno documentos, fotos y videos que puedo compartir fácilmente con mi familia o amigos.
Entre sus características más destacadas están su conectividad —con puertos USB, HDMI, Thunderbolt 4, Wi-Fi 6E, Bluetooth y red por cable de 2.5 Gbps— y su eficiencia energética, muy superior a la de un PC tradicional. Todo esto, en un equipo que apenas ocupa espacio sobre el escritorio.
Un proyecto que evoluciona
Hoy, este pequeño equipo ejecuta Windows Server 2025, un sistema que me permite combinar mis conocimientos técnicos con mi curiosidad personal. Mi motivación sigue siendo la misma: aprender continuamente, tener control sobre mis datos y reducir la dependencia de la nube.
Este homelab se ha convertido no solo en una herramienta de trabajo, sino también en un espacio de exploración. Cada servicio que instalo, cada prueba que realizo, representa una forma de entender mejor cómo funcionan las tecnologías que usamos a diario.
En la próxima entrada compartiré más sobre el sistema operativo, las aplicaciones que ejecuto y los cambios que he ido realizando con el tiempo. Porque, al final, un laboratorio doméstico nunca está terminado: siempre está evolucionando.